Hold Still / Por José Ramírez

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Acabo de terminar la tercera lectura de “Hold Still” de Sally Mann. Tres lecturas usualmente son suficiente para que aflore algún desencanto, para que las imperfecciones levanten la mano, pero no fue el caso. Este libro no es una simple autobiografía o, como menciona en la portada, “A memoir with Photographs”; este libro es una pieza más en la inmensa obra de Sally Mann y, como tal, lo ha construido con su acostumbrada minuciosidad y honestidad.

Sally nos cuenta su vida, con lujo de detalles, pero el propósito no es otro que el que entendamos que cada hecho, cada encuentro, cada mirada va construyendo el piso sobre el que fundamos nuestra obra, la que decidamos que sea o la que nos sea inevitable.

La historia de su nana Gee-Gee, la vergüenza de sus suegros, el misterio de su padre, el “gran” Larry Mann y su granja, su territorio, que “No sólo es abundante, con el tipo de belleza obvia, de todos los días, que incluso un bebé puede apreciar, sino que también cuenta con el drama de clase mundial de Virginia”; todo es pertinente, pero no porque se vaya acumulando en su ADN, como neciamente insistía un periodista en una reciente entrevista, sino porque la mirada de Sally lo hace pertinente, lo analiza, lo escruta, lo integra.

Leer el libro genera la misma sensación de oírla hablar, sobre todo en el documental “What remains”, reconocemos a la artista lúcida, que selecciona con sabiduría y desecha rápidamente. Pero lo que el libro nos puede mostrar, y que en gran medida escapa a la oralidad, es la capacidad crítica que Sally tiene, cultamente crítica, y la claridad de conceptos. No muchos artistas poseen, como ella, la capacidad de articular sus conceptos en un lenguaje claro.

El libro va tocando temas fundamentales de nuestra condición humana, como la muerte, el amor, la belleza y el racismo. En este último, el racismo, llega hasta el hueso cuando nos cuenta en un capítulo sobre su proyecto de retratar hombres de raza negra: “La explotación se encuentra en la raíz de cada gran retrato, y todos nosotros lo sabemos”.

Ni un solo consejo directo, ninguna lista atajos, lo que nos ofrece Sally en este libro es ni más ni menos que una confesión, insisto, una obra, en la que podemos vernos reflejados o no, que puede hacernos pensar, temblar, como en el capítulo en el que describe cómo hizo fotografías en el Centro de Investigación Antropología de la Universidad de Tennessee; conocida como la granja de cuerpos, un programa que estudia la forma en que los cuerpos humanos, al aire libre, se descomponen. “Una cosa acerca de los muertos indefensos me golpeó de inmediato: la necesidad de arreglarlos, de unirle los labios caídos, cerrar las piernas indiscretas […], limpiar los ojos de licuefacción.”

Más allá de lo conscientes que estemos de querer producir arte, o incluso de ser capaces de hacerlo, Sally nos urge a prestar atención a la evidencia de existencia que dejamos en nuestras vidas y a como esa evidencia nos moldea, allí es donde debemos volver a mirar, una y otra vez; allí esta nuestra vida y, si queremos, allí estará nuestro arte.

José M. Ramírez

Octubre 2016

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