Teoría Mística Unificada de las Hadas o Teoría Feérica / Rubén Monasterios

Los incrédulos atribuyen muchos aconteceres extraordinarios de su vida al azar, a su “buena” o “mala” suerte, o a otras causas; rara vez los asocian a las hadas; no obstante, ellas rondan permanentemente en torno a los humanos; para bien o para mal, intervienen en sus destinos y eventualmente propician encuentros con determinadas personas; hasta donde logramos identificarlas, las experiencias posibles con ellas son  las siguientes: visualización, coincidencia, pacto, apertura, viaje, baile encantado o Sortilegio del Anillo y  Feériesse: algunas son maravillosas, otras muy desagradables y hasta pueden llegar a ser pavorosas o letales.

Visualización es lo que el nombre denota; un hada se deja ver por un instante. Según algunas creencias, ver a las hadas es posible mirando por el hueco abierto naturalmente, por la acción del agua, en un canto rodado; otras lo suponen factible al mirar a través de un cristal tallado en forma especial o mediante el procedimiento de untarse en los ojos un ungüento mágico elaborado a base de tréboles de cuatro hojas. La visión feérica es perturbadora por su inconmensurable belleza; lo único a lo que podría apelar a propósito de dar una idea aproximada de ella, es a una experiencia psicodélica.

En la coincidencia, también llamada “cruce de caminos”, la persona se encuentra con un hada como por obra del azar; socializa con ella durante algún tiempo; conversan animadamente, hacen juntas un trecho de la jornada, reposan; el humano comparte con ella su pan, queso y vino y quizá llegue a tocarla;  de haber sido  generoso y amable, con toda seguridad recibirá un beneficio. Lo más corriente es que la persona ignore haber  estado en compañía de un hada; ahora bien, un observador perspicaz podría identificarla a partir de algunos indicios, por ejemplo, por una torpeza suya debida a su desconocimiento de las costumbres locales; en cuyo caso lo más sensato para el mortal es no darse por enterado. El hada agradecerá la gentil omisión de su error; en sentido opuesto, asumirá como un insulto el ser puesta en evidencia; en ese preciso instante terminará el encantamiento y a breve plazo quizá venga la retaliación.

Algunos encuentros son resultados del azar. Una leyenda sobre el descubrimiento de las trufas cuenta que un hada de los bosques sombríos sufrió el terrible percance de quedar enredada en la tela de una araña; sea dicho al desgaire, las arañas son las únicas enemigas realmente temibles de esos entes del Mundo Oscuro; cuando tal incidente le ocurre a un hada, estando ella materializada en su estado diminuto,  como del tamaño de una libélula, no es capaz de hacer uso de sus poderes y fatalmente deberá permanecer ahí, donde suele acabar en el horror de ser pasto de la araña.

Símbolo de una antigua secta feérica representando a un hada atrapada en la tela de una araña.

El hada de esta leyenda tuvo suerte; unos campesinos de tránsito por el robledal advirtieron el acontecimiento y la liberaron. Como la Ley de las Hadas impone dar siempre algo a cambio de lo recibido, el ente de las florestas umbrías quiso mostrar su agradecimiento de una forma grandiosa, revelándole a sus salvadores el secreto de las trufas, que hasta entonces habían sido un deleite exclusivo de ellas; los gañanes las probaron y no apreciaron la excelencia de ese hongo negruzco y terroso; entonces el hada, furibunda ante lo que sintió como un desprecio, dejándose llevar por la arbitrariedad característica de su especie hizo un hechizo mediante el cual atribuyó a los cerdos la sensibilidad de gustar de las trufas, y a sus salvadores los recompensó con una vulgar bolsa de monedas, con lo cual ellos quedaron de lo más contentos. El valor de esa cantidad de dinero apenas equivalía a una mínima fracción del que llegaría a tener una trufa. La rabieta del hada privó a la humanidad del deleite de esos hongos durante siglos y siglos, porque, en efecto, pasó muchísimo tiempo antes del descubrimiento de las trufas por el hombre, a partir de la observación del comportamiento de los puercos.

Los pactos invariablemente son experiencias desgratificantes; nadie ha logrado desentrañar qué mueve a las hadas a hacer tratos con los humanos; al parecer, es un tipo de juego perverso destinado a hacer escarnio de los mortales aprovechándose de su codicia, uno de los atributos humanos más despreciables, al pensar de las hadas. El pacto clásico, por así decirlo, consiste en acordar con un viajero darle toda la riqueza deseada, a cambio de recibir lo primero que salga a su encuentro al regresar a su casa; el hombre acepta, encantado, por cuanto sabe que “lo primero” en salir a su encuentro será, como de costumbre, su fiel perro, pero no contó con la astucia del hada: mediante un sortilegio hace caer al animal en un profundo sueño y al llegar a su casa el primero en salir a su encuentro es el hijo menor del socio, un niño precioso de quien el ente feérico se había encaprichado.

Apertura consiste en que un hada le permite a un mortal de su simpatía darle un vistazo al Universo de las Hadas; en el particular lenguaje de las hadas ellas llaman eso “abrir la ventana”, y lo hacen sin mayor aprensión, porque saben que la gente sólo ve lo que quiere ver; además, si algún ojo zahorí atisba algo de  la verdad del Mundo Oculto, y la cuenta, lo tendrán por un alucinado, ¡así de extravagantes son las cosas ahí!, y se hará el hazmerreír de todo el mundo; o bien, las hadas, preocupadas por sus revelaciones, lo harán pasar por loco. Tal fue el caso de Richard Dadd, un pintor inglés del siglo diecinueve, cuya obra está dedicada íntegra a revelar el Mundo de las Hadas; los hadólogos creen que nadie ha atisbado el Universo Portentoso como él, ni nadie ha legado un registro más preciso del mismo. Las hadas le concedieron aperturas, pero más tarde, inquietas por las revelaciones, se arrepintieron de la gracia y lo condenaron a perder la razón; el infeliz pintor pagó cara su osadía: a los veintiséis años mató a su padre y pasó el resto de su vida encerrado en un asilo de locos; también acarició la idea de asesinar al Papa. Sus cuadros están en la Tate Gallery de Londres; no es aconsejable detenerse ante ellos por mucho tiempo, por más que un extraño influjo nos atraiga a contemplarlos.

R. Dadd, The Fairy Feller´s Master-Stroke, med. s. XIX, Galería Tate, Londres. Freddy Mercury se declaró “obsesionado por esta obra” y compuso una pieza de rock del mismo nombre.

El viaje es exactamente eso, un viaje al supuesto Reino de las Hadas, o lo que es lo mismo, a la Dimensión Desconocida; suponemos acontecidas tales experiencias a partir de las inexplicables desapariciones de personas en diferentes épocas y partes del mundo. Sí, idénticas a las abducciones que de un tiempo a esta parte empezaron a atribuirse a los extraterrestres. Todo mito tiene lo que los antropólogos decimos “un fondo residual de verdad”, esto es, parten de hechos verídicos remotos; y también sabemos que los mitos se forjan a partir de patrones culturales establecidos; en el pasado, los encuentros cercanos, raptos, viajes y todo eso, se atribuían a los duendes, íncubos y súcubos y hadas; en la modernidad, bajo la influencia de las películas y novelas de ciencia-ficción y de la prensa sensacionalista, se suponen obra de los alienígenas; en realidad, las únicas y verídicas agentes de esas experiencia prodigiosas son, y siempre han sido, las hadas. Con certidumbre, nadie sabe si algún viaje realmente ocurrió ni lo que le pasó a la persona durante el mismo, porque o bien son viajes sin retorno, o quienes regresaron no tuvieron oportunidad de contar su aventura. Claro, me refiero a los viajes auténticos, por cuanto está demostrado que todos los reportes de supuestos raptos por extraterrestres, sin excepción, son falsos. El problema radica en el tiempo, en la noción del tiempo. En el Mundo Oscuro el tiempo transcurre a un ritmo del todo diferente al del mundo tangible; supone el mortal haber pasado en él un lapso breve, cuando pudieron haber transcurrido centurias, el tiempo en el que se consume no sólo la vida de un hombre, sino también sus despojos mortales; por tal razón, apenas la persona sale del ámbito hádico y entra en el terrenal, se convierte en una especie de momia inerte, en una osamenta pelada y desarticulada, o en polvo, según el tiempo transcurrido a partir de su muerte. Cierta vez el príncipe Rodel de Galicia recorría sus dominios acompañado por  un contingente de sus caballeros; súbitamente advierte que todos han desaparecido; los busca afanosamente por el entorno hasta caer rendido por la fatiga; de pronto, con la puesta del sol, y en la misma forma instantánea, su séquito aparece ante sus maravillados ojos, pero hombres y caballos tienen la apariencia de estatuas de arena gris; loco de alegría, Rodel quiere tocarlos, abrazarlos; al hacerlo las figuras se desmoronan y quedan formando una pila de ceniza. En la vida del príncipe habían transcurrido unas cuantas horas; para los caballeros, llevados por las hadas a un viaje, habían pasado mil años. 

Las hadas hacen caer a alguien en un baile encantado, o Sortilegio del Anillo, por inconsciencia, no por maldad; como para ellas el tiempo no existe, suponen que tampoco los humanos tienen noción del mismo. No hay noticia de bailes encantados en ambiente urbano, es, en consecuencia, un fenómeno netamente rural. En las noches de luna llena las hadas se sienten compulsadas a reunirse en un claro del bosque o un prado aislado para bailar haciendo círculos, en lo conocido como Anillos de Hadas. Los anillos representan un gran peligro para todo aquel, hombre o mujer, que sea por azar, o movido por la curiosidad, se encuentre en ese sitio. El salvaje encantamiento de la música de las hadas lo atraerá inexorablemente al anillo y lo impulsará a incorporarse al baile; las hadas, con la intención de concederle una  gracia muy especial, lo harán pasar al lugar de honor, al centro del corro, y celebrarán sus destrezas dancísticas con gritos de júbilo. Al principio, la persona goza de una fiesta nunca antes vivida; no puede ser de otro modo, al hallarse uno a medias embriagado por un misterioso efluvio vagamente perfumado, bailando a la manera de los faunos siguiendo una música que pareciera nacer de entre las copas de los árboles, bañado en luz de luna, enardecido y sudoroso, pero a la vez refrescado por el más amable de los céfiros; rodeado de preciosas muchachas semidesnudas, todas, al parecer, dispuestas a complacerte al menor requerimiento; pero al cabo de un rato, y al comprender el mortal que, contrariando su voluntad, no puede dejar de bailar ni salir del círculo, el jolgorio poco a poco se va volviendo algo cada vez más agobiante; y en ello seguirá, presa de la angustia, hasta caer exánime. Al volver en sí, el infortunado quizá tenga la impresión de haber danzado toda la noche; pudieron haber pasado siete años, o más.

La ausencia de la noción del tiempo en las hadas ha traído serios problemas a los mortales víctimas de su sortilegio; el caso más conocido es el de un colono de Nueva Inglaterra llamado Rip Van Vinkle. Se tendió el buen hombre a hacer una siesta bajo un árbol, ignorando que se trataba de una localidad hádica; ellas decidieron darle una lección por violar su espacio; al despertar suponía haber dormido un par de horas: ¡las hadas lo habían rendido en un sueño de cien años!

Y por último, la Feériesse.

La palabra feériesse es ajena a la lengua castellana; al parecer, es de un muy antiguo dialecto celta y quizá provenga de la fusión los vocablos erise, cuyo significado es, según el contexto, alegría o enamoramiento, y fee, que es una forma de llamar a las hadas; feériesse podría entenderse en el sentido de “hada enamorada”, o “enamoramiento hádico”, o quizá, mejor, “encaprichamiento hádico”.

La palabra hada, en cambio, es muy vieja en nuestro idioma; el primero en usarla fue el escritor francés Jean D’Arras, de finales del siglo XIV, en su novela Melusina. Inicialmente tuvo la forma hado, provenientes del latín, fatum, con el significado de predicción, oráculo, destino, fatalidad; en los tiempos medievales ya era común la forma hada, con el mismo significado, pero reciben los más variados nombres: elfo, fairy, fairie, ferier, feéri, fata, fay… y esto sin tomar en cuenta la denominaciones eufemísticas, por el estilo de las “Niñas del bosque”,  por cuanto una tradición nos hace saber que no es prudente nombrar a las hadas; es una creencia muy difundida. En los libros de caballería la palabra hada se utilizó para designar “a un ser femenino sobrenatural que intervenía de varias maneras en el destino de los hombres” y en ese sentido ha perdurado en nuestra lengua y en la generalidad de los demás idiomas modernos. Las hadas lejos están de ser entidades exclusivas del folclore céltico; los celtas, desde tiempos remotos, les dieron a las hadas especial relevancia, de modo que la mayor parte del conocimiento concerniente a ellas  proviene de esa cultura arcaica, pero en realidad están dispersas por el mundo.

Según las obras de Chrétien de Troyes y especialmente de Jean D´Arras,  Couldrette y Thiiring von Ringoltingen, las hadas son unos seres de gran belleza, muy blancas, poseedoras de considerables riquezas y en ocasiones dotadas de talento en construcción u otras artes. Casi siempre suelen estar vinculadas o muy cerca de los bosques y el agua (ríos, lagos, fuentes…). Además, todas ellas poseen conocimientos de las plantas, las piedras y los conjuros. Con ellos logran su riqueza material y sus encantos. Son seres semidivinos que viven entre este y el otro mundo, con conexiones importantes con la naturaleza y las deidades, la mayoría de los relatos los representan con aspecto y altura humana, de tez blanca, ojos claros y cabellera espléndida.

Sería en la Baja Edad Media cuando el hada femenina ocupa todo el protagonismo. El primer personaje literario que reúne inequívocamente las características de un hada es la Dama del Lago descrita por Chrétien de Troyes (2ª mit. s. XII, Francia) en su obra Lancelot ou le Chevalier de la charrette. Fue la Dama del Lago la que se ocupó de la educación del héroe Lancelot y la que lo curó de su locura. No obstante, este autor no menciona el término hada.

A partir de este  período histórico la presencia de las hadas  trasciende la tradición oral y se vuelve cada vez más frecuente en la literatura escrita; después serán motivos de los artistas plásticos, músicos, coreógrafos y finalmente de los cinematografistas. Adquieren identidades individuales y algunas de ellas se vuelven famosas. Es  difícil referirse a ellas sin mencionar a   Melusina; a Morgana; al  “Hada madrina” de La Cenicienta; a la amante del mago Merlín, Viviana, la Dama de la Fuente o del Lago (también llamada Niniana o Ninué en algunos textos); a Sylvia, protagonista del ballet de ese nombre, que es una ninfa (antecedente griego de las hadas), lleno, además, de náyades, dríadas, faunos y campesinos; a Myrtha, reina de las wilis en Giselle, y aunque no identificadas con nombres propios, a las siete hadas buenas y una mala de La Bella Durmiente.

La Dama del Lago, en una ilustración hecha por Lancelot Speed.

Melusina es un personaje de la literatura medieval francesa, obra de Jean D´Arras (iniciador en 1392), Couldrette y Thiiring von Ringoltingen (la termina en 1456), quienes recopilaron una serie de cuentos y narraciones populares ambientadas en la corte del rey Arturo. 

Uno de los paradigmas hádicos lleva su nombre, hada melusiniana: aquella que abandona su mundo feérico para unirse a un hombre y compartir con él su vida, su fortuna y ser la madre de sus hijos, a cambio únicamente de respetar una promesa. Compromiso que generalmente no se mantiene. Así ocurre tratándose de Melusina; está  sujeta al sortilegio de sufrir una  trasformación monstruosa todos los sábados, la de convertirse en serpiente de la cintura para abajo.  Ella  y un príncipe se enamoran; el hada acepta ser su esposa en cuanto él le jure que jamás la verá los sábados, día que ella pasa encerrada, dedicada al baño. El hombre acepta, pero  no puede evitar la curiosidad de atisbarla; luego de una serie de vicisitudes relacionadas con la abrumadora experiencia ella termina por abandonar al marido. 

El descubrimiento del Secreto de Melusina, de Le Roman de Mélusine. Es una de las dieciséis pinturas hechas hacia 1410 por Guillebert de Mets (n. 1390 ó 1391-1436? Francia.) Biblioteca Nacional de Francia.

Un ser femenino, por lo general, sí, aunque no necesariamente; en realidad, las hadas no tienen sexo, y al materializarse en personas pueden adoptar el aspecto varonil, o el femenino; ocurre con ellas que por su ser su naturaleza esencial tan sutil, delicada y sensitiva, sienten repugnancia por la rudeza viril, así como fascinación por lo femenino; por esa razón en los Anales Feéricos son rarísimos los casos de hadas transfiguradas en hombres.

Existen hadas de las más diversas especies; las  principales forman parte del grupo de los Elementales, o Seres Primarios, identificados originalmente por Paracelso en el siglo dieciséis; cada uno corresponde a uno  de los cuatro elementos primordiales a partir de los cuales, diversamente combinados, fueron creados el Hombre y todas las demás cosas existentes. Las Nereidas y Náyades son las  hadas del agua; las Drinfas son las de la tierra y comparten este dominio con los Gnomos. Las  Salamandras, lo son del fuego; ciertas hadas llamadas Silfides  son las del viento. Las Nélidas son las hadas de los bosquecillos formados en los parques de las ciudades. Suelen representarse bajo la apariencia de una muchacha de inmensos ojos negros, cuya mirada debe evitarse, y de una larga y espesa cabellera asimismo oscura. Son hermanas de las Ondinas y de las Náyades y primas de los Silfos. Las Nélidas y las maléficas Wilis, son, además, las únicas hadas trigueñas, o con su pelambre entre negra y castaño oscuro; todas las restantes especies de hadas son rubias o pelirrojas.

Todos estos seres tienen aspectos comunes. No son entes del todo espirituales (en tal detalle se diferencian de los Ángeles, buenos y malos), pero tampoco son del todo materiales; el especialista Robert Kirt los describe como seres cuya naturaleza está en el término medio entre el Hombre y los Ángeles; no tienen sustantividad, sin embargo, pueden materializarse a voluntad, estando en ello sometidos a ciertas restricciones en cuanto a forma −de lo cual están exceptuadas las hadas: ellas pueden asumir cualquier configuración concebible− y a la duración de su materialización, que nunca puede ser muy prolongada. Hacen sentir su presencia a los humanos mediante actos benévolos o malignos; son invisibles al común de los mortales, pero los animales los perciben, los intuyen o “presienten”; logran verlos con más facilidad los niños, los clarividentes, los poetas, los retrasados mentales, los locos y las personas sintonizadas con lo espiritual.

Existen hadas intrínsecamente malvadas y otras que no son ni buenas ni malas; simplemente son hadas y responden a su naturaleza psicológica de carecer de sentido de la moral. La generalidad de las hadas son amorales; no piensan ni sienten como nosotros; no entienden del pudor, ni de la propiedad privada ni  de ningún otro de nuestros valores; no saben de la virtud ni del pecado; no son buenas ni malas, sólo se dejan llevar por sus estados de ánimo.

Malas, son las Wilis y las Lamias, entre otras.  Las primeras se cree son las doncellas muertas a causa de un amor infortunado: al languidecer de tristeza por el abandono de  un amante, por cometer suicidio al sentirse traicionadas, ser víctimas de un crimen pasional o cualquier otra causa relacionada con el amor. Viven formando  grupos y se radican en los bosques;  su misión consiste en atrapar hombres que han hecho daño a una mujer y hacerlos morir al caer  por un precipicio. Valiéndose del poder propio de las hadas, asumen diferentes configuraciones a propósito de lograr su  objetivo; por ejemplo, las hadas que moran en la montaña Ávila (en la costa, al norte de Venezuela) toman la forma de orquídeas cantadoras de melodías obnubilantemente hermosas; el hombre perdido en esa floresta deambula por la noche, oye el canto, busca su origen y  termina cayendo por un despeñadero.

Las lamias, en sentido opuesto, son hadas tristes y solitarias que viven en cavernas; su figura es femenina. En algunas mitologías se les atribuyen hábitos vampíricos, sin que se disponga de ninguna evidencia firme al respecto.

Lamia

El hada diminuta con aspecto de niña, provista de alas de mariposa; o el hada con apariencia de una hermosísima mujer, vestida con galas medievales y portadora de una corona y de una varita mágica; o aquella cuyo aspecto recuerda a una benévola abuelita… todas son estereotipos populares a los que dieron forma las descripciones en los cuentos de hadas, a partir del siglo dieciocho,  las estampas que así las representan y más recientemente, las películas. Claro, un hada puede asumir esas formas, pero en verdad tales imágenes son una degeneración de la que alguna vez fuera una seria y de algún modo siniestra tradición. Si una persona cree haber visto un hada de esa apariencia se debe a que, por ser precaria su imaginación, no logra concebirla de otra manera. Sea dicho de paso, es muy poco probable para  una persona desprovista de imaginación ver un hada; ninguna de ellas mostraría el menor interés en un mortal desprovisto de ese recurso de la mente, donde más se pone de manifiesto el Toque Divino. No es superfluo insistir en que la realidad de las hadas en nada se parece a la imagen edulcorada popularizada por ciertas películas y la mayoría de los cuentos; el mundo pueril del “Había una vez”… terminado con un “y fueron felices y comieron perdices”, como es de rigor  rematar todo cuento  para niños en la tradición hispanoparlante, tiene, desde luego, su valor y apreciable encanto, pero es una ficción; en realidad, las hadas son poder, poder mágico, incomprensible para los humanos y a menudo también hostil. Una de las más notables estudiosas del Ámbito Hádico, la Iluminada Betty Ballantine, dice que el de las hadas es un mundo de oscuro encantamiento, de cautivadora belleza, de enorme fealdad, humor, maldad, goce a inspiración, de terror, amor y tragedia. Es mucho más rico de lo supuesto por la ficción, y más allá de eso, es un mundo al que debemos acercarnos con precaución… Repugnan a las hadas las personas maldicientes, groseras y quejumbrosas, porque son muy sensibles al cotodoma, o espíritu de las palabras; siendo negativo, contamina el ambiente espiritual donde ellas viven; suelen castigar a esas personas haciéndolas cometer errores y fracasar en sus empeños. Odian la suciedad, aborrecen la mezquindad y castigan con particular inquina a los avariciosos; les irrita ser atisbadas y no debe el mortal invadir sus territorios ni mucho menos alardear de  un favor recibido de un hada; son celosas de su intimidad; tratándose de relaciones con un hada, lo más prudente es llegar hasta donde ellas lo permitan. 

Los Anales Hádicos son pródigos en casos de personas que habiendo sido agraciadas por las hadas, a causa de una indiscreción pierden su favor; también abundan los de mortales severamente castigados por violentar su intimidad o su territorio; ensuciar su espacio, dormir en una colina residencia de hadas, o cortar un árbol feérico, incluso hechas esas cosas sin mala intención, puede acarrear ceguera o una forma de locura que impulsa a la persona a lanzarse por precipicios. Este es un brutal castigo preferido por las hadas malas,  tal como ocurre en la versión original del ballet Giselle (Perrot y Coralli, mus. Adams).

El libreto lo escribió  Théophile Gautier, que fue un eminente hadólogo. Giselle es una doncella muerta por amor, al suponerse engañada por Albrecht; en el segundo acto el desolado amante vaga por el bosque en búsqueda de la tumba de la muchacha y cae en las garras de las Wilis, según lo dicho, hadas malignas, vengadoras de las doncellas muertas por amor, quienes compulsan a Albrecht a lanzarse por un despeñadero; así debía ocurrir en el libreto original, pero los productores consideraron “demasiado ácido” ese final para el gusto del público parisino de la época −hablamos de mediados del siglo diecinueve−, y lo cambiaron; Giselle termina salvando a su enamorado de la fatalidad.

En resumen, aunque las hadas están dispuestas a revelarse y a favorecer a sus Elegidos, por ser sumamente caprichosas y regirse por normas diferentes a las de los mortales, con harta frecuencia se ofenden, cambian de actitud y toman venganza por supuestas ofensas. En sentido opuesto, adoran la cortesía; pero hasta en ello debe ser uno cauteloso con las hadas; no les place el agradecimiento efusivo de sus favores; a tal efecto, una gentil reverencia es suficiente. Aprecian en las personas la pulcritud, la sinceridad: particularmente en el amor, y la honradez; son espíritus interesados en la fertilidad y simpatizan profundamente con los amantes, siendo inclinadas a castigar a las doncellas parcas en la concesión de sus favores. La Reina de las Hadas es patrona pagana de los amantes; aparece en ese rol en el poema de Campion The Fairy Lady Proserpine, y en la comedia de Shakespeare Sueño de una noche de verano; pero son cosas de la imaginación de esos poetas: no existe ninguna “reina de las hadas” ni mucho menos un “reino de las hadas”, al menos no en términos de un territorio delimitado donde vive un colectivo de súbditos bajo el gobierno de una monarca; su reino es el Mundo Oscuro, compartido con otra infinidad de Seres Pequeños y entes espirituales. La alegría atrae a las hadas como la miel a las moscas; la tristeza y la depresión las alejan.

Tampoco son las hadas seres solamente rurales; por cierto prefieren las florestas, grutas musgosas, rocas, pozos y manantiales; también se sienten cómodas viviendo en las ruinas aisladas de antiguas casas solariegas y castillos; pero están por todas partes: donde hay humanos, hay hadas, en consecuencia, están presentes en las concentraciones urbanas. En las ciudades moran en lugares bellos, como los museos y galerías de arte, las bibliotecas, escondidas entre las páginas de libros viejos; o  que se asemejan a los sitios bucólicos: en los bosquecillos de los parques y en los jardines secretos; los campos de golf que a veces aparecen encajados en el paisaje urbano, están llenos de ellas, y no es raro que muchas de las rabietas de los practicantes de este deporte, a causa de pelotas perdidas o caídas  en trampas a partir de tiros pretendidamente “perfectos”, se deban a travesuras hádicas; también sus alegrías por triunfos, porque es hábito de las hadas favorecer a los hombres con quienes se encaprichan; el éxito inexplicable de ciertos golfistas, bien podría deberse al glamour, que es así como se llama el poder de las hadas. En las ciudades, también gustan de vagar por callejones remotos de las zonas viejas conservadas en algunas de ellas muy antiguas.

No perdamos de vista que las hadas son entes esencialmente eróticos, porque el amor es una fuente generatriz de energía poderosa, y ellas se nutren de esa forma de energía. Las hadas incitan a los humanos al amor; crean condiciones para que personas afines se conozcan e inicien un romance; hacen que los mortales queden prendados de ellas al aparecérseles bajo el aspecto de sus ideales amorosos −es la clave de la Feériesse−; sin faltar casos en los que travesura resulta al revés, y termina el hada enamorada del humano. Los enamoramientos hádicos  conllevan infortunio para ambos; para ella significa un enorme sacrificio transgredir el tabú a semejante relación, por cuanto conduce a la pérdida de sus privilegios; de hecho, un hada enamorada de un hombre y decidida a vivir con él, se transforma en mortal y queda despojada de su glamour, aunque no de su carácter, en consecuencia, como mujer sigue siendo temperamental y caprichosa como un hada; es descuidada en el manejo del hogar y por estar acostumbrada a ejercer poder,  también es indócil ante su marido; pasado el fervor de los primeros días añorará su antigua condición privilegiada y se volverá amargada; tampoco acepta con la debida resignación el envejecimiento propio de los mortales. Admitirá el lector que es un calvario vivir con una mujer así.

Pese a su temperamento erótico y sensualidad, las hadas no experimentan orgasmos. Las hadas no lo alcanzan; no sabemos si es porque no pueden, o porque lo evitan. El orgasmo es una descarga energética poderosa que conduce a la petite morte; ese periodo refractario siguiente a la conclusión, la pérdida de conciencia o desvanecimiento posorgásmico; el gasto espiritual que ocurre en ese instante, ese inexplicable caer en la melancolía, esa noción vaga de trascendencia como resultado del consumo de fuerza vital… Lo buscado por ellas en sus relaciones con los humanos es todo lo contrario; pretenden absorber su energía, cargarse con ella, no perder la suya; simulan tener orgasmos a propósito de estimular sexualmente a su compañero, porque saben que eso pulsa el ego del varón y con ello generan más energía. La felación es una práctica corriente de la hadas, porque con ella reciben la energía viril en doble forma, espiritual y material.

Otro misterio de la sexualidad feérica es el concerniente a su virginidad. No se tiene la menor idea de la reacción de un hada al sentirse desflorada.  En los Anales Feéricos figuran numerosos casos de feériesses, desde la remota antigüedad. Homero reporta uno, el de Circe, encaprichada con el héroe Ulises. Circe es en realidad es un hada maligna; a causa de un error de traducción aparece como hechicera o maga; más tarde, Apuleyo hace referencias a ellas; abundan en la literatura medieval y en la romántica. Los informantes reportan relaciones sexuales completas y satisfactorias con hadas, pero ninguno hace la menor alusión a un hada virgen. Una hipótesis (Cronopius Máximo) sostiene que las hadas aborrecen la desfloración basándose en lo identificado como anhelo de virginidad viril. Ese deseo ferviente del hombre, de desvirgar doncellas, responde a un impulso muy primitivo, francamente bestial, el que lleva al macho a asaltar, literalmente hablando, a la hembra, y a violentarla. El anhelo aparece nítidamente plasmado en el libro  Corán, síntesis del pensamiento islámico. Alá ofrece el Paraíso a quienes mueren por su fe; en ese espacio o dimensión supranatural cada hombre dispondrá de cierto número de doncellas, las  huríes, por siempre vírgenes, porque su himen se restaura luego de cada desfloración.

Una de las teorías sobre el origen de las hadas, de hecho, la de mayor aceptación en los ambientes académicos y la única provista de soporte científico, sostiene que ellas son manifestaciones de la Energía Primordial, ergo, son seres eternos que por alguna razón inexplicable adquirieron algo así como una entidad diferenciada del resto de las demás cosas habidas. Existen desde antes de la Creación −digo, si crees en un Creador−, o del comportamiento  de la materia que lleva al bosón de Higgs; en cualquier caso, consiste en un fenómeno propio de la energía cósmica, sea manipulada por un Demiurgo o por otra causa. Como toda manifestación de dicha energía, las hadas pueden materializarse y a continuación volver a ser energía. En el nivel astral, las hadas no se diferencian del resto de la energía primordial, y son invisibles.  Al comenzar el tránsito hacia la materialización, un hada ingresa al nivel etéreo y en su estado natural es una esfera pulsátil de luz con un núcleo más brillante; así pueden ser percibidas entre dos parpadeos de un ojo, pero la mayoría de la gente rechaza esa visión, atribuyéndola a un efecto raro de la luz; luego pasan al nivel gaseoso, menos sutil que el etéreo, donde es más fácil percibirlas, aunque en forma vagos celajes, como fantasmas; en el nivel material se hacen del todo visibles y tangibles, asumiendo cualquier forma copiada de la realidad. La  hipótesis de la energía primordial sobre el origen de las hadas, es la  de mayor vuelo intelectual y quizá por esa razón, la menos difundida; la gente ingenua prefiere creer que son las almas de las doncellas muertas por amor, o de las fallecidas sin haber confesado sus pecados según lo piensan los cristianos, y otras consejas semejantes; una de ellas, de patética belleza, supone a las hadas los espíritus de las doncellas violadas que han cometido suicidio abrumadas por la vergüenza; está leyenda está  puesta en verso, en la Lengua de Oc:

La saga de Colette  le Lunaire

Colette le  Lunaire, tocad la vihuela

en vez de ir al río, le dijo la abuela.

No quiso la niña hacer ningún caso

y al río se fue andando a buen paso.

Hay días de agua piche,

hay días de agua rosa,

¡Mira, doncella, qué bella mariposa!

Colette le Lunaire llegó, al fin, al río;

bañose desnuda, pues no sintió frío.

Y no se dio cuenta que alguien acechaba:

el malo pastor que cabras cuidaba.

Hay días de lujuria,

hay días de abstención.

¡Huye, tierna niña: te coge el cabrón!

Ardió de lujuria, pérfido varón,

prendido en su fiebre perdió la razón.

Le selló la boca, la atrapó en sus brazos,

¡su gruta pequeña rompió en mil pedazos!

Hay días de morir,

hay días de vivir.

¡Yo quiero llorar, yo quiero reír!

Colette le Lunaire quedó deshonrada:

estaba perdida, estaba marcada.

Colette le Lunaire cortó sus cabellos.

¡Lo siento, lo siento, porque eran muy bellos!

Hay días de castigo,

hay días de perdón.

¡Toma, pobre niña, de mi pelo un vellón!

Y con su crineja se ahorcó en un manzano.

Meciéndose al viento la encontró su hermano.

Colette le Lunaire durmió en una fosa

y vino la abuela y le trajo una rosa.

Hay días en que cantas,

hay días en que lloras.

¡Dormíos, tristeza, que pasan las horas!

җ

Colette le Lunaire murió en el pecado,

¡por eso su acto no fue perdonado!

Colette le Lunaire no pudo ir al Cielo,

de aquí que su alma no tuvo consuelo.

Colette le Lunaire se hundió en el Infierno

y quedó en presencia del rey del Averno…

−Aunque sea un designio del Señor Eterno−

dijo, compasivo, tocándose un cuerno,

me parece  injusto que seas condenada

porque tú, Colette, fuiste mancillada.

Siendo Su mandato grande y sacrosanto

no puedo salvarte de este oscuro espanto;

puedo, sin embargo, cambiar tu condena:

¡Volverás al mundo como un alma en pena!

He aquí el destino que el Diablo que asigna:

Conviértete en hada, en hada maligna.

Bajo la apariencia de una bella dama,

de esas que en los hombres el ardor inflama,

serás del deleite la fresca fontana,

deletéreo bocado en jugosa manzana.

Tendrás todo aquello que al varón enerva:

la grácil ternura de una joven cierva,

la frescura suave de silvestre yerba;

olerás a clavo y a flor de azucena

¡y bajo ese aspecto sólo habrá gangrena!

Sinuosa y esquiva, como la serpiente

estarás preñada de veneno ardiente.

Tendrás frágil talle y un cutis muy terso,

¡más los atributos de un varón perverso!

Y de todas las doncellas mancilladas,

por los hombres, vilmente maltratadas,

tú serás Colette, la de lunar encanto,

la portadora del amargo llanto,

fuego voraz, ardiente corruptora,

de las doncellas implacable vengadora.

Tanto como las míticas sirenas,

fascinadoras y de magia llenas

seducirás al hombre con tu dulce eufonía

¡y él caerá rendido ante tu hechicería!

Brincando, cual un lascivo gamo,

el varón atenderá a tu gentil reclamo,

buscando destrozar la delicada rosa

que supone que guardas, pudorosa.

Más quedará frustrado en tal intento

¡pues tú tendrás el falo de jumento!

¡Un falo grande, cual del propio mulo

y con el mismo esfondarás su culo!

La hipótesis de la energía es ajena a cualquier ideología religiosa y es tanto cónsona con la Sabiduría Esotérica, que admite el principio de la energía primordial, como con el conocimiento científico disponible sobre la relación entre masa o materia, y  energía. La masa es una forma altamente concentrada de energía; las hadas decidieron revelar ese conocimiento a los humanos mediante una iluminación concedida a Einsten  en 1905; el sabio lo expuso al mundo mediante la célebre fórmula E = MC²,  su Teoría Especial de la Relatividad; los facultos en esoterismo lo sabían desde milenios antes, aunque sin disponer de una ecuación para demostrarlo. Algunos estudiosos del Universo  Hádico sugieren que la especie humana evolucionará en esa dirección, es decir, hacia la sublimación de su materia en forma de energía; perderá materialidad conservando tan sólo la esencia espiritual; según esta hipótesis, en el provenir remoto la humanidad íntegra estará constituida por entes hádicos, o semejantes a las hadas; tanto como ellas lo hacen gracias a su glamour, esos seres podrán trasladarse en un instante a cualquier lugar, viajar en el tiempo, asumir la forma que les venga en gana y hacer toda clase de portentos; desde luego, no necesitarán de utensilios de ningún tipo ni de instrumentos ni de muebles ni de máquinas ni de formas de energía materiales; en la Tierra íntegra volverá a reinar la naturaleza; no existirán las enfermedades ni la codicia ni ninguna otra forma de maldad; todo será un espléndido vergel. Es el verídico Edén o Paraíso ofertado por todas las religiones, pero ahora explicado por una hipótesis científica.

El trato de las hadas con los humanos es diferente al del resto de los entes del Mundo Oculto, asimismo su forma; no es obra del azar el hecho de que en todos los folclores donde figuran las hadas, se las conciba como seres femeninos de deleitable belleza, al menos en ciertas circunstancias; según una creencia, sólo lucen bellas de noche; durante el día se vuelven feas y como son muy vanidosas y no les gusta ser evocadas en su fase de fealdad, se aparecen a la luz del sol bajo la apariencia de pájaros, gatos, topos o mariposas; en algunas mitologías las hadas, siendo invariablemente concebidas como doncellas de excepcional belleza, tienen algún defecto físico que las denuncia; algunas veces son sus pies palmípedos, o las orejas puntiagudas, o una cola de vaca (de aquí su hábito de llevar vestidos largos para ocultar esos defectos); en otros casos, tienen un solo agujero nasal; también se les imagina bellas por delante y feas o huecas por detrás, en razón de lo cual sólo se dejan ver de frente. También les atribuyen pies en forma de patas de pájaros, por lo que rehúsan mostrar esa  parte de sus cuerpos. Varios estudiosos opinan que todas esas atribuciones de deformidad son simples creencias populares, que no guardan correspondencia con la realidad esencial de las hadas. En cualquier caso, tengan o no defectos, la femineidad es consustancial de las hadas.

Previamente reseñé que las hadas son amorales; no entienden del pudor, ni de la propiedad privada ni  de ningún otro de nuestros valores; no saben de la virtud ni del pecado; no son buenas ni malas; tanto como lo humanos, varían en carácter y temperamento; las hadas solitarias son de humor  sombrío; las gregarias, excepto las Wilis, suelen ser curiosas, afables y festivas; unas y otras son caprichosas y muy lábiles en su disposición anímica hacia los humanos; pueden ser en extremo bondadosas hacia los mortales por quienes sienten simpatía, o muy, pero muy malas con las personas que las irritan o que despiertan su antipatía, y lo peor del asunto es que se enojan por cualquier futilidad; se sabe de hadas que han condenado a un hombre a sufrir un ataque de hipo de varios días que lo lleva al borde mismo de la muerte, o que lo han transformado en rana. Las hadas revelan sus aspectos más siniestros cuando se sienten atropelladas por la brutalidad de los hombres, entonces pueden ser terribles. Los maleficios debidos a las hadas suelen surgir de la falta de comprensión; son tan delicadas, que no pueden entender la torpeza de los humanos, o los comportamientos humanos que a ellas les parecen groseros; a veces interpretan como un insulto un gesto que a nosotros nos parece sin importancia; este es el gran riesgo en el trato con las hadas.

Las hadas tienen una relación estrecha con la Luna; bajo la luna plena entran en trance. Los más sometidos a su influencia son los Elementales del Agua; el satélite origina las mareas y al presentarse en su fase de plenitud hace subir los fluidos  por los vasos capilares existentes en animales y plantas; es la razón que lleva a los campesinos a evitar cortar arbustos para hacer empalizadas en tiempos de luna llena; obtendrían palos llenos de agua y su pudrición a corto plazo sería inevitable; por la misma causa tampoco sirven los leños cortados en luna llena para hacer fogatas; en esos mismo períodos se incrementan los ataques de locura, como efecto de los fluidos orgánicos que la Luna atrae al cerebro. Una probable explicación al fenómeno de los lobizones u hombres lobos se fundamenta en el efecto de la Luna en la fisiología de los seres vivos; el  satélite en su plenitud quizá active fluidos malignos latentes en el cerebro de algunos infortunados, a los que supone sujetos a un maleficio, llevándolos quizá no a la transformación física de las leyendas, aunque sí a un cambio radical de comportamiento, volviéndolos sanguinarios.

El aspecto de muchacha moderna no es obstáculo para suponer que no se trata de un hada; ellas se adaptan a los usos y apariencias de cualquier época, y son tan sensitivas y fluidas que pueden ser moldeadas por los pensamientos y estados de ánimo de los humanos; así, al materializarse ante un mortal, el hada siempre refleja una idea o un sentimiento de esa persona, con frecuencia la preconceptualización que dicho mortal tiene de ellas.

Los escritores, poetas, pintores, científicos y amantes intensos atraen a las hadas, porque ellas se nutren de la energía generada por el acto de la creación; ahora bien, como de acuerdo con una de las leyes del Universo Hádico ellas nada pueden tomar sin dar algo en compensación, al nutrirse de su fuente aportan a los creadores la llamada inspiración. Los griegos antiguos reconocieron tal fenómeno esotérico, y lo simbolizaron en la metáfora de las diosas menores de su panteón,  las Musas. Los psicólogos han identificado el fenómeno insight, o “visión interior”; consiste en una especie de iluminación intuitiva experimentada por una persona, mediante la cual  comprende repentinamente una situación determinada o encuentra la solución a un problema de cualquier índole; el insight ha sido observado y descrito, pero los científicos no saben por qué ocurre; su cerrada racionalidad les impide admitir que se debe a la influencia de las hadas.

Incongruencias, descaros, travesuras, malcriadeces, comportamiento pueriles… son conductas propias de la manera de ser esencial de las hadas; además, son descuidadas, olvidadizas, indolentes y con harta frecuencia no ponen mayor atención en adoptar las costumbres de una época en la se encaprichan en materializarse; en consecuencia, incurren en errores de comportamiento social incomprensibles a los ojos de los observadores menos enterados, pero dichos actos fallidos las denuncian a los conocedores. Un hada materializada puede valerse de un giro lingüístico arcaico, o ignorar para qué sirve un objeto común, o desconocer un sitio familiar a todo el mundo, o el nombre de una persona notable en la sociedad del momento. Considérese que, en promedio, las hadas modernas tienen una antigüedad de unos mil años. 

A diferencia del  Sortilegio del Anillo, o Baile Encantado, una de las más conocidas prácticas hádicas, cuyo comienzo es placentero y su final pavoroso, la Feériesse es gratificante de principio a fin… al menos mientras dura; es después, una vez terminada la experiencia, cuando la vida del infortunado mortal que la vivió se vuelve atormentada; porque aquel una vez tocado por un hada no vuelve a tener paz en su espíritu y  queda condenado a buscarlas en las calles apartadas, en los bosques sombríos, en las grutas ornadas de musgo, en los manantiales cristalinos, en los rayos de luz filtrados entre los follajes, entre las páginas de los libros viejos, en la música, en el viento. Y es que cuando la recompensa es inefable, uno la busca aún siendo el peligro inmenso.

La Feéreisse siempre es breve; las hadas consumen demasiada energía al asumir una configuración tangible; de prolongarla, corren el riesgo de disolverse, de evaporarse, con lo cual su esencia retorna a fusionarse con la energía primordial de la que brotó. Y lo terrible para el mortal es que se trata de una experiencia irrepetible, porque una Ley de las Hadas así lo determina; sin embargo, una persona puede tener otras feériesses con diferentes hadas. Según los Conocimientos Secretos, quien pasa por tres de ellas se vuelve loco.

Las hadas son como las putas, no besan, aunque por distintas razones.  Al besar cada amante absorbe una porción de la energía espiritual del otro; y el más fuerte absorbe más; de besar a un hombre, un ente espiritual podría extinguirse por extracción de su esencia, que terminaría integrada a la esencia del otro; no olvidemos que son energía pura. Los chinos, desde tiempos remotos obsesionados con la inmortalidad, siguen una práctica erótica relacionada con este  principio; deben provocar el orgasmo de su compañera mediante nueve vigorosos embates vergales; en el preciso instante le dan un beso profundo con el fin de  absorber el aliento que entonces se escapa de su pecho; de esa forma ganan un punto a favor de su longevidad.

Y lo de rendirse al dolor erótico. Tanto en el amor como en las hadas existe un trasfondo de maldad, siendo tal cosa inherente a su naturaleza; encierran maldad porque son bellas, y no puede haber belleza sin perversidad.

Loading