¿Y todavía se consiguen los rollitos? / Por José Ramírez

Digamos de entrada que el término “Fotografía analógica” me gusta, me parece apropiado para describir la captura y proceso de las huellas de luz; además es una convención y las convenciones están hechas para facilitar la comunicación. Si piensan que es mejor usar otros términos como “Fotografía química” o “Fotografía argéntica” como la llama Fontcuberta, por mi está bien; pero estoy seguro que nos entendemos. Lo que sigue son unas reflexiones personales, unas creencias, nada absoluto.

Es frecuente que cuando digo que prácticamente todo mi trabajo fotográfico es analógico me pregunten si tengo dificultad en conseguir los químicos, la película o el papel. La realidad es que todo se consigue, en los lugares adecuados, y lo que en los últimos tiempos reviste mayor dificultad es contar con agua corriente en mi cuarto oscuro; incluso he tenido que hacer modificaciones al diseño del espacio para incorporar un tanque de agua. La crisis nos acorrala, pero ese es otro tema que no pienso abordar aquí.

La decisión de trabajar en analógico no tiene nada que ver con la creencia, absurda, de que con eso demuestro ser mejor fotógrafo; nada tiene que ver tampoco con alguna pulsión masoquista o con la búsqueda de la complejidad; más bien responde a la necesidad de simplificar las cosas. la fotografía analógica es una elección que deriva del descubrimiento de que de sus procesos técnicos se adecuan a mis procesos creativos, tan simple como eso.

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Comencemos con el tipo de fotografía que hago. Yo no realizo trabajo comercial para clientes apurados, no tengo que realizar un evento o una sesión o una pauta en la mañana, entregar pruebas en la tarde e imágenes finales al día siguiente. Entonces puedo planificarme en días en lugar de en horas y de allí viene la siguiente justificación: yo necesito tiempo durante el proceso, tiempo para pensar, para entender, para organizar las ideas, para corregir los supuestos y ese tiempo me lo impone el proceso analógico y lo agradezco profundamente. 5 minutos para montar el rollo en el espiral y preparar el tanque, unos 8 o 10 minutos de revelado, 5 minutos de baño de paro y lavado, 15 minutos de fijado, 10 minutos más de lavado, 30 minutos de secado, luego cortar y montar en las hojas de archivo y es entonces que puedo observar las imágenes que hice hace unos días. Un par de horas entre revisión y selección, eventualmente una se montará en un porta-negativo, se harán unas tiras de prueba que tomarán una hora más y puede que la primera 8×10 decente esté secándose dentro de 2 horas. Estos son tiempos mínimos para mí y en la oscuridad y soledad del cuarto oscuro el tiempo se escurre deliciosamente y las ideas van, poco a poco, encontrando su lugar.

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Debo decir que no tengo ningún rechazo por la fotografía digital, la uso poco porque no se ajusta a lo que necesito y quiero hacer; sobre todo en el ámbito del blanco y negro, en que las prestaciones de la película, a pesar del enorme avance tecnológico del digital, son muy superiores. Esto es un aspecto discutible, lo sé, pero es mi experiencia, no he encontrado procesos digitales de impresión que lleguen a los resultados que se obtienen en la ampliadora. Ahora bien, me encanta el Instagram, considero que es una plataforma espléndida, no sólo como diario visual, sino como medio de expresión. Me dan mucha risa los filtros de Instagram que juegan a imitar los artefactos estéticos analógicos, no sé si interpretarlo como tributo o como mera finta.

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Finalmente, tengo una dependencia muy fuerte del objeto: me ha resultado imposible acostumbrarme a leer en iPad, Kindle y sus variantes; necesito el libro, el objeto, de la misma forma que necesito la fotografía en papel, el negativo, colocarlo sobre la mesa de luz, levantarlo y hasta olerlo; esa experiencia sensorial es imprescindible. Por otra parte, el soporte es fundamental para la obra, seleccionar si la fotografía será hecha en película negativa, positiva, polaroid, directamente sobre papel en negativo o en positivo directo, no son decisiones menores. Decidir hacer copias en papeles de diverso material y peso o en otras superficies emulsionadas es crucial. Hay mucho de rito en todo esto, de reverencia de respeto; de una extraña creencia de que si tratamos bien a nuestras imágenes ellas nos favorecerán. Que las imágenes nazcan, vivan y mueran en pantallas, como peces en una pecera, me resulta insoportablemente triste.

José M. Ramírez

Junio 2016

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