¿Quién es Antígona González? / Ricardo Sarco Lira

Me llamo Antígona González y busco entre los

muertos el cadáver de mi hermano.

A mediados del año 2016 llegó a mis manos el libro de una poeta mexicana. Se titulaba Antígona González y su autora Sara Uribe. Me encontraba realizando un seminario de dos días en torno a la poesía mexicana contemporánea en la librería Lugar Común en Caracas y el coordinador de la actividad nos trajo un repertorio de variedades: una suerte de gabinete de experimentos y ejercicios poéticos que, en un país tan anquilosado por el peso del orgullo por su tradición poética como Venezuela, resultaron enormemente novedosos a mis ojos. Entre todos los poemarios el de Uribe quedó siempre en el tope de mi lista: lectura pendiente para cuando pueda dedicarle más tiempo, para cuando el trabajo no canse tanto, para cuando pida mis vacaciones…

Como ejercicio poético lo entendí siempre de forma superficial. Suerte de híbrido entre la poesía y la crónica, habla de los desaparecidos —“problema muy serio para el pueblo mexicano”, me decía— desde la creación de un personaje ficcional: Antígona, que busca enterrar el cuerpo de su hermano. Antígona, como la obra de Sófocles presentada en escena en el 442 a. C. y basada en el mito homónimo; la hija del incesto entre Edipo y Yocasta, devota hermana y mujer de firmes decisiones. El dolor es su sino.

*

Es enero del año 2018 en Venezuela. Por fin he leído el texto de Uribe. Lo he leído como me enseñaron en la carrera: dedicándole horas, perdiendo el sueño, buscando los significados de las palabras que desconozco, prestando atención al subtexto y a los meta relatos, investigando. Leí Antígona González y en paralelo devoré la obra de Sófocles de la que toma su nombre.

La Antígona de Sófocles es una pieza trágica y la tercera del ciclo de Tebas, que gira en torno a la historia de Edipo y su estirpe, y la mitología fundacional de la ya mencionada Polis. En el orden cronológico de los hechos descritos en la obra, Antígona iría justo después de la tragedia de Esquilo, Los siete contra Tebas, en donde Eteocles y Polinices, hijos de Edipo y por tanto hermanos de Antígona se dan muerte mutuamente tras luchar por el trono de Tebas, facilitando así el ascenso al poder de su tío Creonte. Ya gobernante de la ciudad, Creonte se torna tiránico y concede a Eteocles —quien presidía la ciudad al momento de su muerte— los honores dignos de un héroe y ordena se lleven a cabo sus ritos funerarios, impidiendo, en cambio, que se celebren los de Polinices —quien ataca Tebas con el fin de recuperar el trono— bajo pena de muerte y condenando su cuerpo a yacer sin sepultura en las afueras de la ciudad.

Movida por el amor fraterno y la devoción a los ritos religiosos y familiares, Antígona se opone a la orden y es capturada intentando realizar los ya mencionados ritos al cuerpo de su hermano. Creonte, furioso, la condena a ser enterrada viva en una cripta. Hemón, hijo de Creonte y prometido de Antígona, intenta dialogar con su padre pero se encuentra con oídos sordos y una voz acostumbrada a hablar sólo para la propia satisfacción del ego. Al final, con la aparición del adivino Tiresias y convencido por los ancianos de la ciudad, Creonte, da sepultura al cuerpo de Polinices y va en busca de Antígona. Encuentra a la sobrina ahorcada, como su madre antaño, y a su hijo desesperado por el dolor quien luego de intentar a atacarlo se quita la vida con su propia espada. Al retornar Creonte a Tebas descubre que Eurídice, su esposa, ha recibido antes la noticia de su hijo y, maldiciéndole, se ha quitado la vida de igual forma. Termina así la tragedia.

Nikiforos Lytras, Antígona frente a Polinices muerto, óleo sobre lienzo, 1865

Sabiendo de donde parte el título de su libro, el epígrafe del poemario de Uribe retumba en mis oídos: “¿De qué se apropia el que se apropia?”, pregunta Cristina Rivera Garza y Oswald de Andrade, en su Manifiesto Antropófago, responde que esa apropiación no es sino “La transformación permanente del Tabú en tótem.”

La palabra “tabú” proviene de la polinesia y quiere decir “lo prohibido” y originalmente refiere a la prohibición, impuesta por ciertas religiones, de tocar o comer ciertas cosas; con el tiempo, su significado ha derivado en la condición de las personas, instituciones y cosas a las que no es lícito mencionar, es decir, todo aquello de lo que no debe hablarse. En cambio, “tótem”, palabra inglesa que deriva de la cultura algonquina —cultura indígena que se extendió desde el norte de México hasta Canadá—, refiere a un animal u objeto de la naturaleza que es tomado como ente o amuleto protector de un pueblo o individuo. Así las cosas, aquello a lo que antes era peligroso acercarse se torna, mediante un juego de resignifcación, en escudo y defensa, en objeto de orgullo.

Uribe toma el problema de las desapariciones en México, producto de las luchas internas entre el Estado y los carteles, un tema del que ni la prensa ni las instituciones gubernamentales parecen dispuestos a hablar y lo convierte en el tema central de su libro. Lo aborda con una elegancia en el escribir y en el manejo de las imágenes que no elimina, de manera alguna, la dureza de su mensaje. Los desaparecidos y las causas de sus muertes, son también parte esencial de la imagen de México como nación y cultura. Una identidad se construye, precisamente, con los rasgos positivos y negativos de un ente, de lo contrario lo que existe es una imagen idealizada, hueca.

(…)

Tres, contar inocentes y culpables, sicarios, niños,

militares, civiles, presidentes municipales, migrantes,

vendedores, secuestradores, policías.

Contarlos a todos.

Nombrarlos a todos para decir: este cuerpo podría

ser el mío.

El cuerpo de uno de los míos.

Para no olvidar que todos los cuerpos sin nombre

son nuestros cuerpos perdidos.

(…)

El poemario de Uribe es más que un híbrido literario, más que una lectura mexicana y contemporánea del mito de Antígona. Escrito y publicado en el 2012, el texto, que puede ser leído como un poemario, resulta ser una pieza de teatro conceptual escrita por encargo de Sandra Muñoz (actriz y co-directora de la pieza junto con Uribe) y Marcel Salinas, y fue representada el 29 de abril del mismo año por la compañía de teatro A-tar en espacios no convencionales en la localidad de Tampico, México. La musicalidad del texto cobra, entonces, otro sentido pudiendo ser leído como poema y como monólogo.

Flyer promocional del montaje de “Antígona González” por el grupo A-tar, México, 2012

Uribe teje una complicada trama de referencias que pasan por la tradición literaria y dramática de occidente y Latinoamérica, pasando por la crónica periodística y los estudios de ciencias sociales y políticas sobre los actuales problemas de violencia en México. El libro se convierte, así, en una obra literaria transgenérica, pero, a su vez, denuncia y llama la atención con comentarios fuertes y claros sobre problemas de corte social y político en su país, interpelando directa e indirectamente a las autoridades responsables: una obra que pone en jaque a una realidad y da la cara a su tiempo.

¿Quién lo encontró?

¿O que todos los días amanezcan cuerpos mutilados

en todos los pueblos y las autoridades y la prensa no

digan nada?

El libro tiene, sin embargo, otro nivel discursivo y de análisis: en su arduo trabajo de recopilación Uribe desarrolla un estudio de la imagen de Antígona en la literatura occidental y latinoamericana, su importancia y simbología. Como dice en las notas finales algunas de las citas provienen de El grito de Antígona (Judtih Butler), La tumba de Antígona (María Zambrano), de la obra original de Sófocles, y de las piezas dramáticas Antígona furiosa (Griselda Gambaro) y Antígona y actriz (Carlos Eduardo Satizábal), estas últimas recogidas en el estudio de Rómulo E. Pinacci, Antígona, una tragedia latinoamericana:

(…)

: La interpretación de Antígona sufre una radical

alteración en Latinoamérica —en donde Polinices es

identificado con los marginados y desaparecidos.

(…)

: en su distorsión y alteración Polinices es idéntifica-

do con los marginados y desaparecidos

(…)

Polinices se une, así, a la imagen del mártir, tan presente en la sociedad latinoamericana producto de la fe católica; imagen redentora que convierte a desvalidos y olvidados, a marginados y a los “del montón” en personas cercanas, familiares o seres queridos por los que es preciso y honroso luchar. Polinices, que bajo la pluma de Uribe se torna Tadeo González, hermano de Antígona González. Esto lo hace de la mano de crónicas, entrevistas y biografías, así como textos literarios que vienen de México, Colombia, Argentina y Europa, lo que le da a su texto un carácter más universal. El peso de los referentes y de las citas se hace evidente visualmente en los textos que conforman el poemario-obra de teatro: Uribe distingue su voz de la de los otros autores y de aquellos cuyos testimonios recoge utilizando para los últimos las itálicas:

No, Tadeo, yo no he nacido para compartir el odio.

(…)

Este juego visual parece ir más allá con el uso aparentemente lúdico de los signos de puntuación —los dos puntos, los corchetes, la barra inclinada o diagonal— que refieren, de alguna manera a los reportes burocráticos que caracterizan los procesos policiales y de búsqueda de desaparecidos; una suerte de comentario irónico que en ciertos versos acompaña con el corte de palabras a medio decir, como la voz de quien no aguanta el llanto o emulando la repetición de los discursos marcados por la desesperación

(…)

: su cara exangüe, ocupa un lugar en las almenas, en

la fila de cabezas cortadas / invisible / invisibles / los

ejércitos / la peste / el odio / los ejércitos / un disparo

/ invisible / invisibles / invisi

Pero si se revisa con cuidado y se hace énfasis en las obras dramáticas seleccionadas y el grueso de las crónicas lo que resalta del libro de Uribe es un espíritu, más bien, latinoamericano. Al hablar de realidades comunes y partir de la apropiación cultural como herramienta creadora y de reflexión parece hacer honor a una prima del ya mencionado Manifiesto antropófago: “Sólo la antropofagia nos une. Socialmente. Económicamente. Filosóficamente.”

*

Durante la fuerte ola de protestas a mediados del 2017, en Venezuela, Óscar Pérez un ex miembro de la Policía Nacional Bolivariana, tomó, junto a un grupo de sublevados, un helicóptero del gobierno y sobrevoló el área de la capital a modo de desafió. Lo que siguió fue una gran confusión: persecución activa de su persona, apariciones sorpresivas ante los medios, comentarios a favor y en contra en las redes sociales y la polarización de la opinión pública.

Pérez se mantuvo así oculto, pero activo y presente en la consciencia de los venezolanos, hasta el pasado lunes 15 de enero del 2018, cuando, revelado su paradero fue emboscado por miembros de la PNB y de grupos paramilitares en El Junquito; se le impidió entregarse de forma pacífica tras haberse rendido y acabó siendo acribillado con sus compañeros. Semejante ofensa al régimen militarista no podía quedar impune…

Creonte: (…) Porque si alimento el desorden entre los de mi sangre, esto constituye una pauta para los extraños (…) Aquel que la ciudad ha instituido como jefe, a este hay que oírle, diga cosas baladíes, ejemplares o todo lo contrario (…)

Tras los hechos sobrevino otra campaña de misterio con los cuerpos siendo vigilados en la morgue de Bello Monte por la Guardia Nacional Bolivariana quienes impidieron el acceso de familiares y periodistas, dificultando la identificación de los cuerpos y el manejo de la información de manera transparente.

Ignorando las súplicas de la madre de Pérez y de los familiares de los otros difuntos, para que les dejaran reconocer los cuerpos, el gobierno procedió a enterrarlos en ataúdes cerrados, vigilando fuertemente los sepelios e impidiendo el paso de personas cercanas y de la prensa. Esto, sin embargo, no impidió que los ritos se llevaran a cabo, ni detuvo las pequeñas manifestaciones de desaprobación que ocurrieron en medios en algunas regiones del país.

Pienso en la madre de Óscar, en el video que fue subido a las redes, cansada, sin lágrimas ya, pidiendo el cuerpo de su hijo para velarlo… Su nombre es Aninta Pérez, pero también Antígona González. Volvemos, así, a la pregunta inicial:

(…)

: ¿Quién es Antígona González y qué vamos a hacer

con todas las demás Antígonas?

: No quería ser una Antígona                           

                                                          pero me tocó.

*

¿Me ayudarás a levantar el cadáver?

Referencias bibliográficas

ANDRADE, Oswald de. Obra escogida. Caracas, Venezuela: Biblioteca Ayacucho. 1981

SÓFOCLES. Antígona. Editorial LibrosEnRed. 2004. En: http://ww2.educarchile.cl/UserFiles/P0001/File/www.dad.uncu.edu.ar.pdf (20/01/2018)

URIBE, Sara. Antígona González. Oaxaca, México: sur+ ediciones. 2012


  1. Oswald de Andrade, “Manifiesto antropófago”, en: Obra escogida, p. 69
  2. Sara Uribe, Antígona González, p. 13

  3. Sara Uribe, Op. Cit., p. 79

  4. Sara Uribe, Op. Cit. p. 49

  5. Sara Uribe, Op. Cit. p. 59

  6. Sara Uribe, Op. Cit., p. 71

  7. Oswald de Andrade, Op. Cit., p. 67

  8. Sófocles, Antígona, p. 27

  9. Sara Uribe, Op. Cit., p. 15

  10. Sara Uribe, Op. Cit.., p.101

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