Crónica de la princesa y el guisante o Introducción al diario de un huevo de obsidiana / Luisa Mancilla

Luisa Mancilla
Ciudad de México, México.

Hace casi un año tuve un sueño en el que viajaba en una nave espacial, estaba acompañada por alguien que no existe, viajábamos hacia un compromiso en otra galaxia. Yo estaba apurada, íbamos tarde y era un compromiso importante. Para acceder a la galaxia anfitriona debíamos pasar a través de un hoyo negro. Al atravesarlo la dimensión temblaba, ondulaba, se expandía y contraía indefinidamente, la luz nos invadía hasta el último rincón de la nave, me encandilaba y me despertaba.

Este texto trata de un hoyo negro al que me lanzaré, por voluntad propia, introduciendo en mi vagina lo que podría verse como una antípoda del hoyo: un huevo. Haré lo opuesto del sueño, en lugar de yo ir hacia el hoyo, lo introduciré dentro de mí, lo llevaré adentro mientras duermo. Seis días a la semana y tres semanas cada mes. Introduciéndolo antes de dormir. Extrayéndolo al despertar. Hacer esto por tres meses cumple el primer tratamiento.

Me enteré de la sanación del huevo de obsidiana, cuando Clu me visitó en Ciudad de México. La obsidiana es una piedra poderosa y simbólica para la cultura mexicana. Le puse el ojo por primera vez cuando visité las pirámides de Teotihuacán en el 2016, ahí aprendí que los  teotihuacanos hicieron armas, visores de eclipses, tótems e instrumentos de la vida cotidiana con esta piedra negra como el hoyo, negra como la nada y negra como el todo.

Palabras clave: obsidiana, piedras protectoras, revelaciones.

Clu me dijo que desde la primera noche tuvo sueños muy pesados, la Sombra la saludó sin vergüenza. Le digo la Sombra, en mayúscula, porque aunque el texto esté en primera persona, la verdadera protagonista acá es ella, es ella la que escribe y de lo que escribe.

Reaparece después, cuando Fer nos comparte en una videollamada, a Clu y a mí, que hará la sanación del huevo de obsidiana. Ahí se (re)enciende el fuego de lo que antes fue un fósforo de rápido consumo. Va, hagámoslo, juntas. Chat de whatsapp para grupo de apoyo. Conseguir el huevo, elegirlo, enterrarlo en la tierra por una semana (para descargarlo). Y esperar para cargarlo con la intención en la próxima luna llena.

Llega el exceso de información y las recomendaciones: es una piedra volcánica, fíjate si están muy activos los volcanes, entonces es mejor esperar. A Fer le mandaron un PDF donde dice que, depende de la intención, lo cargas con la luna o con el sol, pero otra conocida me dijo que solo se carga con la luna, porque, nuevamente: es volcánica. Es una piedra de la noche, de lo oscuro y de lo oculto, y por eso debe programarse desde ahí, a la luz de la luna, la regente de las emociones y la madre de las mareas.

Está claro que vamos al encuentro ineludible con la Sombra, que va a haber limpieza, purga y que aparte de mí, mi vagina saldrá fortalecida (literalmente, porque sirve para hacer ejercicios Kegel) pero es mayor la incertidumbre. Tal vez no pase nada o tal vez no sea necesario tomar ayahuasca porque con el huevo será suficiente.

Ana Silvia Serrano escribió un libro llamado Osiris “El huevo de obsidiana” Sanación de la energía femenina luego que la partió un rayo mientras cabalgaba bajo la lluvia. En ese momento sintió el llamado de trabajar con la obsidiana para conectar a los seres humanos con la energía femenina. Mi mudanza, hace un año, a México ha sido un parteaguas de mi vida, puede decirse que desde que vivo aquí me partió un rayo y veo a la persona que era antes de mudarme como otro personaje, que ya salió de escena.

Ana Silvia escribe en su libro que en el primer tratamiento con la obsidiana (los primeros tres meses) se inicia el proceso de introspección, en el que empezamos un diálogo con aquello a lo que no le hemos permitido hablar en nuestro interior, lo que no nos hemos permitido sentir o admitir. Nos envolvemos, para viajar a nuestro interior y, luego de un mes de descanso, nos adentramos al proceso de desmembramiento que caracteriza al segundo tratamiento. Según Ana, en esta etapa nos rompemos y nos despedazamos, y nos reconstruirnos, integrándonos con el reflejo que el hoyo nos mostró en el primer tratamiento.

Pienso en el hoyo como un espejo. Que nos lleva o nos trae desaforadamente según el instante en el que nos asomamos. Veo el espejo como un vórtice de construcciones externas, internas y momentáneas. Verse a los ojos insistentemente, revisarme, el reflejo deforme del cuerpo sometido a una evaluación de afectos; la proporcionalidad, el estatuto. La verdad del otro lado de la mirada, balanceándose en las púpilas y no en el todo que sostiene la cabeza. No, no se balancea, se mece.

Palabra clave: mujer.

En el momento de ubicarlos dentro del cuarto, el feng shui dice que los espejos no se pueden poner ni frente a la cama ni frente a la puerta. Los espejos siempre están mejor fuera de la habitación, ese espacio sagrado del sueño, templo de la vida inconsciente, el descanso y las ideas. Los espejos son portales. Ahora tengo una habitación propia, recuerdo que Whitest boy alive dijo que freedom is a possibility only if you’re able to say no y, acostada en la cama, me pregunto sinceramente si la próxima vez seré capaz de decir “no” sin dejar una gota de culpa regada en el camino.

Ahora, el huevo se carga con la luna llena en Capricornio, a la luz del eclipse que marca el final de una serie de eclipses en el eje Cáncer-Capricornio. Lo oculto se ilumina, las verdades se revelan, lo innegable sale a la superficie. No me siento extraña, me rodea un exceso de familiaridad, una recopilación de todo lo que decidí dejar pasar. Hay polvo debajo de la alfombra. La memoria omitió todo aquello que antes no me sirvió para seguir, el peso que dejé atrás para continuar con el impulso de vivir. Cuestiono si tengo las herramientas para traer esos corotos de vuelta. Volteo y veo: arcos de los pies arriba, pecho despejado de los hombros, hay una mujer fuerte que hoy le pregunta al huevo ¿la podré abrazar sin desintegrarme o quieres que me desintegre para volverme un abrazo?

Entro al juego de remarcar las líneas negras de las sombras y no reconocerlas, no quererlas, evadirlas, voltear la cara ante su presencia absoluta y buscarlas, rogarles que me mantengan la mirada y me enseñen. He pensado mucho en aquello que me cae mal de mí, que a la vez me cae mal en otros. Aquello que primero me cayó mal en otros y luego lo vi en mí. Aquello que me cuesta ver en mí y es tan fácil señalar en el otro.

La exigencia estricta e incumplible, el temor profundo de mostrarse y la indudable seguridad de lo que no se es, cuestionar el número de dedos que carga una mano, ¿mi mano? Recibir la factura de este vehículo corporal, prestado y gastado, modificado y finito. Todo eso en simultáneo: duda, certeza y nada: planeta hoyo. Una resignación dramática e infundada a ser incomprendida. Miedo a amar demasiado y nunca encontrar reciprocidad y saber, también, que lo importante es solo lo primero. Miedo a pedir ayuda o desconocimiento de los pasos a seguir. Tanta tristeza inane e inútil. Tantos inicios repetidos…

Al huevo hay que descargarlo, en la tierra, para recargarlo y programarlo, con la luna. La intención de sanación con la que se programa el huevo puede cambiarse cada vez que se quiera. No se especifica en ninguna parte cómo se programa, yo sigo lo que me enseñaron mis amigas. Lo tomo entre mis manos, junto al pedazo cuadrado de telita roja con el que me lo dieron y con amor le doy las gracias, a susurros, le pido y le agradezco. Debo esperar mi próxima menstruación, en una semana, y cuando se vaya, hago el clavado.

Confío que cada hoyo en el que me haya caído (o me haya lanzado voluntariamente) me trajo hasta aquí, y que luego de este hoyo habrá un sistema solar o una galaxia o cualquier otra dimensión con otro hoyo, en el que también me asomaré.

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